Paz

Francisco Coloane
Escritor
Santiago, agosto 1995

 
Roca partida
Errázuriz significa para mí y los últimos alacalufes una esperanza de paz para toda la humanidad. Admirable es la fotografÌa de una roca partida por ese escultor de piedras que es nuestro mar austral. Semeja también un átomo partido por la fricción de las corrientes que enfrentaban los alacalufes en sus canoas impulsadas con el acompasado ritmo de los remos en los toletes de madera de ciprés aparragado, cual si imploraran clemencia al duro viento del suroeste. En el mes de julio de 1923 hice mi primer viaje desde mi Chiloé natal a Punta Arenas de Magallanes. Esperando la estoa de marea para atravesar la Angostura Inglesa vi por primera vez dos o tres canoas tripuladas por idios alacalufes. Adolescente de trece años viajaba con mi hermano de madre Francisco Cabello, primer piloto del vapor "Chiloé" de la empresa naviera Braun y Blanchard. Mis primitivos congéneres como si fueran chilotes en sus bongos, brotados de los rocosos acantilados, levantaban sus banderolas de pieles de nutria y de lobos de mar de dos pelos, al grito estentóreo de "Cueri, cueri", "guachacay, guachacay"; así con la Y griega sonora alargada llamaban al aguardiente por el cual cambiaban sus finísimas pieles. Subieron algunos y se hizo el trueque. También por ropas usadas, tal las vemos hoy día en Santiago de Chile. No olvido, por lo pintoresco, a un chato y fornido que vestía un raído dormán de paño azul de oficial de la marina, inglesa o chilena, con galones dorados en la manga, que levantaba un cuero espejeante de nutria, semejando un capitán de navío, tal cual don Francisco Vidal Gormaz que los conoció en el siglo pasado en sus navegaciones y exploraciones. La Angostura Inglesa se pasa durante las estoas lanzando un pitazo previo por la chimenea del buque que va de norte a sur, o vice versa, pues si surca otro en sentido contrario podrían chocar al encontrarse, lo que ha sucedido en uno o dos extraños casos. Así golpean en mi anciano corazón de ochenta y cinco años la colección de fotografías para la exposición de Paz Errázuriz. Veo a una madre acurrucada con su pequeño o pequeña y me acuerdo de "Mwono", el espíritu del ruido y quien precipita con estrépito las avalanchas, como el "terremoto blanco" que acaba de sucedernos, y hace que se deslicen a lo largo de las pendientes trozos enteros de montañas arrastrando rocas y árboles desraizados cual estos últimos treinta alacalufes que van quedando. "Mwono" se mantiene rondando en la cima de las montañas de hielo eterno. Entre los glaciares. No abandona los centenares de kilómetros de hielo patagónico que aún no se delimitan para la frontera de Argentina y Chile. ¿Se sabrá algún día qué tesoros se esconden en las profundidades ignoradas? Sólo "Mwono" lo sabe.

El gran glaciar cuaternario no ha desaparecido completamente. Todavía hoy, las partes más elevadas de la Patagonia Occidental están cubiertas de enormes glaciares cuyo conjunto forma una de las más vastas aglomeraciones de hielos terrestres en el mundo. Cubre la cordillera de una manera prácticamente continua entre los grados 46 y 52 de latitud. Más al Sur reaparece más allá del Estrecho, en el borde meridional de Tierra del Fuego.

En una latitud que en el hemisferio Norte corresponde a la de Vichy, los frentes de ciertos glaciares de valle se vierten directamente en el mar, entre dos masas rocosas, profundamente excavadas, el río de hielo se desliza lentamente y llega hasta el nivel del agua en el fondo de una pequeña bahía o de un estrecho fiordo. Las orillas están bordeadas de árboles siempre verdes, y a cada lado del frente del glaciar, a lo largo de los pequeños ríos de deshielo, se forman lagunas o pantanos. La masa de hielo se sumerge bajo el nivel del agua. Avanza poco a poco, suspendida y semiflotante, empujada por las masas que la siguen. El peso de este hielo suspendido se hace insostenible y de pronto el frente azul transparente se derrumba con un ruido de trueno mil veces repetido. El mar se agita en largas olas concéntricas sobre las cuales flota lentamente el nuevo iceberg, témpano rodeado de centenares trozos de hielo. Las noches en el fondo de los fiordos en que desembocan estos glaciares, están rasgadas por esos hundimientos de masas de hielo o por las detonaciones de inmensos bloques que se parten como un vidrio gigantesco bruscamente enfriado. El ruido se amplifica con el silencio... El hombre en su choza se siente pequeño y solitario y se deja sobrecoger por el miedo. En uno de estos valles, en la isla Tres Mogotes, del Seno Almirantazgo de la Tierra del Fuego, fue hallada la momia de una joven alacalufe, de aproximadamente treinta años. En septiembre de 1994 tuve el privilegio de observarla, invitado por la Universidad de Punta Arenas, en el Museo de Puerto Porvenir, donde la joven Mimiza me la mostró en una vitrina sobre el piso. La encontré como durmiendo, recostada por el lado derecho en su canoa, seguramente pensaba en aquel verso de Shakespeare: "dormir, dormir... tal vez soñar..."

Entre sus manos momificadas por el hielo sostenía un cesto de junquillos, "yale" llamado por los chilotes, y otros utensilios de hueso de ballena para mariscar y pescar.

Sólo "Mwono" ejerce su acción contra los que se aventuran en el fondo de los fiordos. Él y Paz Errázuriz, cuyo corazón se simboliza en esa roca esculpida por un trueno o un relámpago.

Y yo la acompaño esperanzado; porque me dijo que los últimos alacalufes tienen una leyenda sobre la piedra partida, que es vaga como la metáfora de Adán y Eva en el paraíso de las serpientes marinas, cuyos silbidos se escucharán eternamente, con el viento polar del Suroeste.

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