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El gran glaciar cuaternario no ha desaparecido completamente. Todavía hoy, las partes más elevadas de la Patagonia Occidental están cubiertas de enormes glaciares cuyo conjunto forma una de las más vastas aglomeraciones de hielos terrestres en el mundo. Cubre la cordillera de una manera prácticamente continua entre los grados 46 y 52 de latitud. Más al Sur reaparece más allá del Estrecho, en el borde meridional de Tierra del Fuego.
En una latitud que en el hemisferio Norte corresponde a la de Vichy, los frentes de ciertos glaciares de valle se vierten directamente en el mar, entre dos masas rocosas, profundamente excavadas, el río de hielo se desliza lentamente y llega hasta el nivel del agua en el fondo de una pequeña bahía o de un estrecho fiordo. Las orillas están bordeadas de árboles siempre verdes, y a cada lado del frente del glaciar, a lo largo de los pequeños ríos de deshielo, se forman lagunas o pantanos. La masa de hielo se sumerge bajo el nivel del agua. Avanza poco a poco, suspendida y semiflotante, empujada por las masas que la siguen. El peso de este hielo suspendido se hace insostenible y de pronto el frente azul transparente se derrumba con un ruido de trueno mil veces repetido. El mar se agita en largas olas concéntricas sobre las cuales flota lentamente el nuevo iceberg, témpano rodeado de centenares trozos de hielo. Las noches en el fondo de los fiordos en que desembocan estos glaciares, están rasgadas por esos hundimientos de masas de hielo o por las detonaciones de inmensos bloques que se parten como un vidrio gigantesco bruscamente enfriado. El ruido se amplifica con el silencio... El hombre en su choza se siente pequeño y solitario y se deja sobrecoger por el miedo. En uno de estos valles, en la isla Tres Mogotes, del Seno Almirantazgo de la Tierra del Fuego, fue hallada la momia de una joven alacalufe, de aproximadamente treinta años. En septiembre de 1994 tuve el privilegio de observarla, invitado por la Universidad de Punta Arenas, en el Museo de Puerto Porvenir, donde la joven Mimiza me la mostró en una vitrina sobre el piso. La encontré como durmiendo, recostada por el lado derecho en su canoa, seguramente pensaba en aquel verso de Shakespeare: "dormir, dormir... tal vez soñar..."
Entre sus manos momificadas por el hielo sostenía un cesto de junquillos, "yale" llamado por los chilotes, y otros utensilios de hueso de ballena para mariscar y pescar.
Sólo "Mwono" ejerce su acción contra los que se aventuran en el fondo de los fiordos. Él y Paz Errázuriz, cuyo corazón se simboliza en esa roca esculpida por un trueno o un relámpago.
Y yo la acompaño esperanzado; porque me dijo que los últimos alacalufes tienen una leyenda sobre la piedra partida, que es vaga como la metáfora de Adán y Eva en el paraíso de las serpientes marinas, cuyos silbidos se escucharán eternamente, con el viento polar del Suroeste.
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